Déjame decirte,
hijo mío,
a fin de
proteger
tu excesiva
transparencia,
tu amistad
sin límites,
tu alma pura
y buena,
liberada
de majestuosos
fracasos,
y de
cualquier absurda
fe en aquellas
pretensiones
en las que
nunca podrás
tener
una verdadera
luz propia,
que la mujer
que te ame
deberá permitir
que te
reflejes
en su esencia,
que seas
parte
de sus ojos,
que sabrá,
que pese
a los otros
cotidianos
y normales quereres,
que suele ofrecer
la vida,
el tuyo será
el que la complete,
el que mate,
porque ese afecto,
canta Sabina,
nunca muere.
Te diré hijo,
que deberás
tratarla
como todo un caballero,
que la protegerás
con la espada luminosa
de tus
furiosos
sentimientos,
y que entenderás
que no hay
nada más divino
que el amor
cuando perdona
que se extravíen
los estribos,
porque los días
son
sucesivos,
se te escapan en excesos,
ríes y lloras,
y liberas
mil tormentas,
y el tiempo
no se acaba
en un respiro
porque siempre
lo andará
forjando
en la fragua
del destino,
el indiscutible
martillo
que es
saber que amar
a una mujer
es como te
bendicen
los celestiales
designios
y es como
te encuentras
con la absoluta verdad
que es que tu
solo serás,
si eres
una
manifestación
total e
inobjetable
del amor.
Hugo Del Portal
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